El Encuentro de dos Titanes

miércoles, 11 de enero de 2012

Abrí los ojos, pero un manto de oscuridad se extendía mas allá de donde alcanzaba mi vista. No notaba suelo bajo mis pies, pero tampoco me notaba caer. Extrañado, traté de hacer memoria, y para mi asombro recordaba todo a la perfección, todos los detalles, pero por encima de ellos predominaban un par de ojos oscuros, enmarcando unas pupilas de luz.
Y en ese momento, todo se iluminó.

En esta ocasión si noté el impacto de mis huesos contra el suelo. Ahogué un jadeo, mientras notaba como el dolor se expandía por mi cuerpo, y me puse en pie, no sin cierto esfuerzo.
Una multitud vociferaba en las gradas de un Anfiteatro Romano, y yo, en medio, los miraba sin comprender, tardé unos segundos en descubrir que me aclamaban a mi, y en el momento en el que lo hice, tomé conciencia de la espada que sostenía con la mano derecha. Era una buena espada, de eso no había duda, ligera como una pluma pero de una longitud considerable. La empuñadura, forjada en algún tipo de metal rojo, refulgía en mi puño como si de fuego fundido en hierro se tratase, y la hoja, completamente negra, se asemejaba a una serpiente, siempre en tensión. Siempre letal.
También reparé en que la única prenda que cubría mi cuerpo consistía en una túnica del color de la sangre. <<¿Dónde estoy?>> Me pregunté consternado. Lo último que recordaba era un rostro pálido, iluminado por la luz de la Luna, con una tierna sonrisa en los labios.
Y en el momento en el que recordé sus labios, los espectadores rugieron con mas ímpetu, me giré en todas las direcciones, y se me cayó el alma a los pies al reparar en la enorme figura que avanzaba hacia mí.

Debía de medir 2 metros, y su armadura de obsidiana reflejaba la luz del sol, cegándome cuando realizaba determinados movimientos. Su andar orgulloso me hizo comprender que no notaba el peso del enorme mangual que hacía girar sobre su cabeza. Un mangual terrible, cuya bola tendría el diámetro de una rueda de bicicleta. Tapaba su rostro con una máscara blanca, sin ningún tipo de distintivo exceptuando un dibujo en forma de media luna, apostado en el lugar que debería ocupar su boca, y emulando una macabra sonrisa.
<<¿Tengo que pelear contra eso?>> Mi expresión aterrada debió de ser demasiado cómica, ya que mi oponente se echó a reír. Su risa me heló la sangre. Se asemejaba a un gorjeo gutural, rociado con un toque de crueldad espeluznante.

Entonces lo comprendí todo. Aquel ser amenazante no era mas que una parte de mi mismo, y aquel coliseo, no mas que mi interior. Por ello no me tembló la voz cuando me encaré a él.
-Eres patético -le espeté mientras una sonrisa amarga pugnaba por curvar las comisuras de mis labios- Temes que me enamore, y has preparado ésta especie de 'defensa' ¿Acobardarme conmigo mismo? Curratelo un poco mas.
Mis últimas palabras estaban cargadas de desprecio. Mi yo de la armadura bajó el arma, y la cabeza del mangual golpeó con violencia el suelo, levantando una nube de polvo y tierra.
-Tu poseerás una armadura, y un arma imponente.-proseguí-Pero yo cuento con el mas fuerte de los sentimientos... El amor.
A cada palabra que pronunciaba, aquel titán iba empequeñeciendo, hasta que no fue mas que una sombra, incapaz de sostenerse en pie.
-Esta vez, no necesito máscaras ni armaduras.
Con estas palabras concluí mi breve discurso, y la bestia desapareció por completo. La arena se sumió en un silencio depulcral, y, de pronto, ya no estaba allí, si no en mi cama. Me levanté con una sonrisa en los labios y me dirigí al ordenador. 'Buenos días, princesa' tecleé.

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