Tras un unicornio

martes, 3 de abril de 2012

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Avanzo lentamente entre los escombros de lo que antaño fue una gran ciudad, el chirrido que producen las placas de mi herrumbrosa armadura al rozar entre sí me pone la piel de gallina, pero aún así continúo con mi expedición.
La espada me pesa sobre el hombro y reprimo las ganas de tirarla a un lado, nunca se sabe cuando hará falta un acero, por muy mellado que esté. Mis pasos me llevan ante un gran espejo que permanece intacto y desentona entre tanta destrucción, observo que carece de la fina película de polvo que se ha adueñado del resto de la urbe, y lo observo con desconfianza. El objeto es posterior a la catástrofe, eso está claro. ¿Quién lo habrá puesto ahí? Tampoco es que me importe... Dedico unos segundos de mi tiempo a contemplar mi reflejo, y la imagen que me devuelve la mirada en nada se parece al orgulloso caballero que solía ser. La armadura, antes lisa y plateada, ahora se muestra manchada de hollín y con numerosas abolladuras. Mi yelmo hastado, que tanto me había costado conseguir, se exhibía roto, con un solo cuerno. Y no solo el aspecto de mi coraza era desalentador, todo en mi reflejaba hastío y cansancio, mis hombros hundidos, mi mirada...
Alcé mi mano y rocé la superficie del espejo, apenado. Y en ese momento todo empezó a dar vueltas.

Miles de imágenes comenzaron a sucederse en mi mente, imágenes de ella, de su sonrisa, del reflejo de la luna sobre su rostro, de sus ojos, del timbre de su voz. Gemí, no quería seguir viéndola, sabiendo que nunca podría tenerla junto a mi. Que jamás podría defenderla. En ese momento su rostro se transmutó en la Princesa de la oscuridad y sus ojos se clavaron en los míos, con una socarrona sonrisa. -patético, aburrido, desgraciado, mentiroso, careces de honor...- Cada palabra que salía de sus labios se clavaba en mi alma como si estuviese al rojo vivo.

Cuando finalmente desperté me encontraba en un prado, sin nada a mi alrededor, con un gran cielo estrellado sobre mi cabeza y cesped bajo mi espalda. Ya no llevaba mi armadura, iba completamente desnudo, y desde la cúpula celeste me sonreía la Luna. Me incorporé con dificultad y me detuve a otar el horizonte, una mancha plateada se destinguía al norte y al principio pensé que sería el reflejo de la luna, pero al acercercarme supe que me equivocaba. Era un unicornio. Era ella.
Sonreí y me dispuse a seguir su rastro.