E cazador cazado

domingo, 18 de diciembre de 2011

El chico junto a mí contenía la respiración, en sus ojos, un brillo divertido. Se giró hacia mí, situando su dedo índice en sus traviesos labios. Juntos en la noche de la Ciudad de los Malditos, todos nos pertenecía, todo menos nuestras propias palabras. Por eso callábamos, no hay mayor cárcel que las palabras, recordé amargamente.
Mi compañero se impulsó hacia delante, con un brusco movimiento de sus poderosas piernas, y yo, tras esperar apenas un segundo, hice lo propio. Edificios y personas sin rostro se sucedían a mi alrededor, borrosos por la velocidad vertiginosa que mantenía. Ignorantes, pensé con una media sonrisa, si supieran el peligro que se cierne sobre ellos no gastarían su tiempo con tanta facilidad.
Me detuve en los tejados de un deteriorado bloque de pisos, la ciudad, a mis pies, me guiñaba con toda suerte de luces de colores, y su peculiar banda sonora, rugía para mi.
Agucé la vista, en busca de una presa, alguien a quién mostrar la verdad, de gritarle con rabia que vivía una mentira, y que todo lo que siempre ha creído no vale mas que una mierda. Que sus sueños rotos será todo lo que recoga al final de su vida.
Al principio no me gustaba mi trabajo, golpear corazones hasta romperlos, a pesar de ser por una buena causa, y convertirlos en los mismo que yo y mi compañero. Pero con el tiempo... le había cogido gusto.
Divisé a mi víctima a apenas unos metros de mi, caminando inocentemente entre los despojos humanos que solo yo podía ver, haciendo caso omiso de la maldad de la ciudad. Un alma libre.
Bajé al suelo, y anduve lentamente hacia ella, con una sonrisa irónica en los labios, consciente de que no podía verme, ni siquiera intuirme. Necio de mi.
Me recibió con una mirada límpida y eximia, unas pupilas sin fondo y rebosantes de luz. Detuve mis pasos, sin fuerzas para borrar aquella estúpida mueca de mi boca. Entonces sus labios se curvaron en una sencilla sonrisa, cargada de promesas. El horror se hizo cargo de mi. Recuerdo que grité, que lloré, que reí y viví.
Mas tarde desperté entre basura, con inmundicias merodeando mi cuerpo, plagado de cicatrices y quemaduras. Me habían arrancado los labios, y con horror observé que mi corazón latía de nuevo. Intenté arrancarme la piel allí mismo, entre lágrimas y sin comprender que pasaba.

Ahora me he acostumbrado, vivo de nuevo, mis labios se regeneraron, pero nunca mi alma, ni mi corazón. Ahora soy preso del mismo castigo que imponía a mis víctimas...

Si, el cazador cazado.

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